Parashat Sh'lach
Números 13:1-15:41
Cuántas veces estamos a punto de alcanzar nuestros objetivos y nos echamos para atrás, por miedo ante lo desconocido, por miedo a no cumplir con las expectativas, o simplemente porque no nos acabamos de creer que hayamos llegado al final del camino y nos aterroriza lo que vendrá después. Cuando los líderes de cada una de las tribus que fueron enviados a explorar el territorio que se suponía debían habitar en un futuro próximo regresaron al campamento, primero describieron las maravillas del lugar ante el asombro del pueblo allí reunido junto a Moshé y a Aarón, pero enseguida empezaron a poner pegas al asunto.
Sí, los frutos son enormes y para recoger un racimo de uvas hacen falta dos personas, sí, realmente fluye la leche y la miel, pero los habitantes son enormes y peligrosos, es mejor quedarse donde y como están. De entre todos esos supuestos líderes, sólo Caleb y Joshua los animan a seguir adelante, lo que conlleva que los demás exploradores exageren e incrementen el grado de peligrosidad al que se van a enfrentar y acaban convenciendo a la gente de que es mucho mejor incluso regresar a Egipto, a la esclavitud de la que tanto se lamentaban, antes que seguir adelante.
Harto de tantas quejas y de la falta de confianza, a pesar de todo lo que había hecho por ellos, Dios decide que ninguno de ellos, excepto Joshua y Caleb, podrá alcanzar la meta deseada de llegar e instalarse en la Tierra Prometida, y, además, a sus hijos les condenará a vagar cuarenta años por el desierto. Sin contemplaciones. Dios puede haberles liberado de la esclavitud de Egipto, pero ellos siguen aferrándose a sus cadenas, incapaces de confiar en un futuro mejor.